El cambio de mentalidad en el Gobierno ha sido drástico en los últimos cinco o 10 años, pero los avances son lentos
los propios funcionarios y médicos.
Organismos internacionales y ONG coinciden en que el cambio de mentalidad en el Gobierno chino respecto al sida, que llegó a tildar de enfermedad "extranjera", ha sido drástico en los últimos cinco o 10 años, pero los avances son lentos.
"Hace sólo 10 años había políticas de tolerancia cero" respecto al sida en China, explicó el director ejecutivo del Programa Conjunto de Naciones Unidas contra el Sida (ONUSIDA), Michel Sidibé, que participa en la V Conferencia de Programas de Cooperación Internacional de Sida en China, que finaliza hoy en Shanghai.
Ahora eso "ha cambiado completamente" y se han puesto en marcha políticas "visionarias" como el tratamiento gratuito de la enfermedad, en un país donde la sanidad es de pago.
"Las políticas y la actitud en Pekín son bastante buenas, pero ponerlo en práctica es difícil", explicó Herman Bergsma, de la Cruz Roja holandesa, que lleva años trabajando en el gigante asiático.
Los representantes de las oficinas de salud provinciales coincidieron en sus intervenciones en que existe confusión sobre qué departamento debe ocuparse de cada acción a la hora de ejecutar los planes de lucha contra el sida.
También señalaron la falta de fondos para enfrentarse al problema y llegar a los grupos de riesgo, que identifican en drogadictos, prostitutas y homosexuales, aunque alguno admitió que sólo utiliza dinero del Gobierno central, sin emplear nada de su presupuesto provincial.
"Es muy difícil animar a las administraciones locales a destinar fondos suficientes a prevención, cuando lo que quieren en realidad es el desarrollo económico", explicó Bergsma.
China destina 2.000 millones de yuanes (195 millones de euros, 292 millones de dólares) anuales para la lucha contra el sida, de los que el Gobierno central aporta algo más de la mitad, confirmó a Efe el director del Centro Nacional de Control y Prevención del Sida, Wu Zunyou.
A esto se unen los prejuicios de los propios funcionarios, ya que, según Bergsma, "la gente que los tiene que poner en marcha (los planes) tiene 40 ó 50 años, y muchas veces necesita ella misma ser educada primero" sobre una enfermedad que desconocen tanto como el resto de la población.
Estudios oficiales chinos señalan que el 50 por ciento de los encuestados no estaría dispuesto a trabajar con alguien que tenga sida, y el 63 por ciento no viviría con un enfermo.
Lo mismo ocurre con los médicos, entre los que se extienden los prejuicios casi en la misma proporción, según encuestas de la ONG Alliance China, en las que la mayoría rechazaba tratar a pacientes con sida.
El sistema sanitario de pago también es un problema para luchar contra la epidemia, ya que "el tratamiento que es gratuito es muy limitado, sólo seis medicamentos", explicó Martin Gordon, presidente de la ONG "Barry and Martin Trust", que trabaja desde hace 13 años en China.
"Tienes que solicitar los medicamentos en el lugar donde naciste, si vives en otro sitio, es muy difícil conseguirlas", señaló Gordon, un problema que se agrava por los cerca de 200 millones de emigrantes rurales que hay en las ciudades chinas.
Además, pocos hospitales están dispuestos a tratar la enfermedad, ya que "no es muy rentable, ganan mucho más dinero con la hepatitis y otras enfermedades", añadió Gordon.
Las estimaciones oficiales señalan que el sida afecta a 740,000 personas en China, cifra que los expertos consideran poco fiable en un país de 1,300 millones de personas donde aún faltan controles eficaces para contener la epidemia, aunque coinciden en que está lejos de los números de África.
Sidibé insistió en que "no tenemos que mirar tanto los números como los riesgos", ya que, según el responsable de ONUSIDA, hay 50 millones de personas en peligro de ser contagiadas, incluyendo los grupos de riesgo y sus conocidos.
Para Bergsma, "el primer paso, el más importante, es comenzar con la educación sexual en los institutos", algo que, en su opinión, es la gran asignatura pendiente de las autoridades en un país donde, desde el 2007, la transmisión sexual es la principal vía de contagio, por delante de la donación de sangre. Shanghai, China
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